Conviene no olvidar
que todo lo que es percibido por la mente, el corazón y el espíritu, se vive
con el cuerpo y por el cuerpo
—
José
Santos Nalda
Soy un convencido que lo fundamental del Aikido, como arte
de armonización y paz, es la habilidad de sentir al compañero, sus intenciones
y la energía que entrega en la práctica. Sin esa sensibilidad de la energía que
se vive en la práctica, el Aikido no sería más que otro deporte para estar en
buena condición física y entretenerse un rato después o antes de un día
laboral. El Aikido trasciende la práctica de ejecución de técnicas y de
mantenimiento físico para ser un arte donde se desarrolla la sensibilidad por
las acciones del compañero, sus intenciones o proyección de su energía al
momento de hacer un ataque o ejecutar una técnica, es por eso que puede
responder acertadamente al acontecimiento de la práctica, bien recibiendo la
técnica o ejecutándola.
Ser sensible, en eso consiste la continuidad de consciencia,
el momento presente, el ahora, es sentir la vida ya, con el tacto, con el
olfato, la vista, el oído, el corazón, la mente, con todo el ser, y eso también
implica la emoción. Y en ese sentido el control emocional del Aikido trasciende
el simple dominio de la emotividad (expresión de las emociones de forma
reactiva e impulsiva) como solía exigirse a los samuráis en su época, sino que
es el desarrollo de la inteligencia emocional tal como se entiende en la
actualidad: dominio de la las inteligencias intrapersonal (comprensión y
regulación de las propias emociones) e interpersonal (comprensión de las
emociones de los otros con la respectiva habilidad de reaccionar de acuerdo a
ello). No es solo comprender mi propio estado emocional, no es solo evitar hacer
daño con mis armas al otro, es comprender al otro, sus intenciones y guiarlo a
la reconciliación. No solo siento mis emociones, debo sentir las emociones de
mi compañero que se expresan por su cuerpo y por sus palabras.
Cuando se es sensible a las propias emociones y a las del
compañero se es posible pensar en la convivencia, en la reconciliación y en
soluciones que beneficien a las partes implicadas porque es posible comprender
los sentimientos que se ponen en juego, la energía que corre en medio y hacia
dónde se dirige. Tal sensibilidad se desarrolla al mantenerse muy relajado en
la acción, eso es Aikido y en tal actitud es posible sentir la intención del
compañero, la energía que pone en el ataque o la técnica y la dirección en que
se proyecta la energía, se siente el desequilibrio y las posibilidades de
recuperar nuevamente el equilibrio. Eso es inteligencia emocional, sentir una
emoción, distinguirla y comprenderla, saber en qué momento y por qué se siente
al tiempo que se distingue la emoción del compañero detrás de la intención, de
la acción o las palabras. Tal habilidad es posible cuando se está en calma,
tranquilo, con un buen ánimo.
En ese sentido, practicar Aikido y entrenar la inteligencia
emocional tienen mucho en común y en una buena orientación de la práctica
podría ser lo mismo: desarrollar la sensibilidad de la energía que se pone en
juego en un intercambio de acciones con el compañero, la familia o cualquier
tipo de relación donde se convive con otros seres humanos. Es desarrollar el tacto
y el corazón para aumentar la empatía y hacer de la convivencia una experiencia
agradable y enriquecedora donde se aprende de cada acción, de cada técnica, de
todos y todo donde podemos vivir a plenitud el Aikido.
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