miércoles, 4 de agosto de 2010

AIKIDO UNA BELLA DANZA DE ARMONÍA Y OPORTUNIDAD

Siempre me he cuestionado como se lleva la experiencia del Aikido a otras esferas de la vida. Cómo en nuestras relaciones sociales, personales, de negocios se puede poner en práctica los principios del Aikido sin estar presente la idea de confrontación que tiene éste arte debido al asunto de estar catalogado como arte marcial mientras que al tiempo decimos que es un estilo de vida, o sea impregna todos los asuntos que en que se involucra el aikidoka comprometido a fondo con el arte. Y la clave la descubrí leyendo un libro que aparentemente no tiene que ver con Aikido, “Poder sin Límites, la nueva ciencia del desarrollo personal” de Anthony Robbins. Es un libro que enseña a redefinir nuestras relaciones con nosotros mismos y con los demás a través de una comunicación más armónica donde las estrategias del Aikido se ponen en juego: sensibilidad, contacto, flexibilidad, fluidez, armonía y precisión. Las primeras redefiniciones de Robbins son sobre el poder y la calidad de vida en las relaciones humanas. Pues este señor mira el poder como la capacidad de pasar a la acción, generar lo que uno desea y crear valores que interesen a otras personas; y la calidad de vida como calidad de comunicación clara y efectiva que seduce y arrastra a otros a actuar acorde con intereses comunes. Así, en Aikido el poder se ejerce en tanto que acción centrada en un punto. Normalmente tori saca de balance a uke, y este trabaja en la dirección de recuperar su equilibrio, bien sea por la vía de la contra técnica o la contra caída, es decir, bien elija luchar o huir (respuestas esperadas en cualesquier situación de peligro), todo el juego se hace en un ininterrumpido flujo de ki entre el uke y el tori donde no hay dominio de uno sobre el otro sino un intercambio de intereses donde ambos salen ganando, ambos salen ilesos como mínimo. Aquí vemos como este juego exige del Aikidoka gran flexibilidad para acomodarse a cada instante a una nueva situación, ese es el poder de acción sin dejarse estancar por los obstáculos que se presenten.

La calidad de vida realmente depende de las valoraciones que hacemos de lo que nos acontece, del cómo interpretamos y comunicamos determinada situación. He ahí el poder de la comunicación, en el como contactamos con el otro, con el entorno y con nosotros mismos. El contacto es la comunicación en el Aikido, y el como comunicamos es lo que posibilita el flujo de la acción: de ese contacto depende el éxito de la técnica y el buen término de la contra caída. Una buena comunicación entre tori y uke permite la fluidez de la técnica como el buen desempeño de las negociaciones con el otro. Debemos entonces, entender como es ese contacto para que la transacción sea exitosa, tanto para tori como para uke, así como para el vendedor y el comprador. En Aikido el contacto es de centro a centro, esto es meterse en la “fisiología” del otro, en armonizar con los patrones de respiración, postura, gesto, tono de voz del interlocutor; este juego de empatía favorece el encuentro y, en la ejecución de una técnica, se observa y siente cuando el movimiento fluye sin obstáculos ni tropiezos como una danza. Si se comprende realmente los puntos de vista del interlocutor con gran sensibilidad a la creación de resistencia para hallar los puntos de acuerdo y desacuerdo y redirigir la discusión en la dirección deseada. Eso es el Aikido verbal, donde con palabras como “aprecio… respeto… admito…” se recibe la opinión del compañero y luego sin utilizar conjugaciones de oposición como “pero… sin embargo…” se introduce nuestra opinión buscando puntos de acuerdo, haciendo sentir al otro escuchado y respetado. Además si se modela su “fisiología”, si se contacta su espíritu se sentirá en con nosotros y la negociación será exitosa. Es por eso que el agua es el elemento del Aikido, el agua no discrepa con los obstáculos que encuentra al paso, simplemente los bordea o llena la represa hasta el borde y se derrama, también cuando está en reposo y calmada refleja con gran nitidez todo cuanto se asoma a ella. El espíritu del aikidoka debe ser igual al agua, fluido y claro. Una de las más grandes lecciones del Aikido para la vida cotidiana es la flexibilidad con la cual el Aikidoka no pretende superar la fuerza del compañero sino, más bien, replegarse sobre ella y redirigirla. 

Aunque normalmente las personas funcionan con patrones de conducta determinados y difícilmente salen de ellos cuando los desconocen. Ellos aparentemente facilitan la interacción y hacen perezosos al sujeto de buscar nuevos y mejores comportamientos que enriquezcan su vida. Esos patrones de comportamiento son los obstáculos más difíciles de superar, pues implican una lucha interna contra sí mismo y el hecho de abandonar viejos hábitos de acción significa bajar las defensas motadas para enfrentar la vida. Es pues algo que a la larga se ha hecho rígido y difícil de desmotar. Pero si comprendemos que la vida es continua mutación, que la vida es impermanente, por lo tanto es necesario adaptarse al cambio, corregir nuestros patrones de vida y modificarlos hacia un fin deseado. Después de todo, cada problema muestra que hay otras alternativas, otros caminos, otras metas que podríamos alcanzar. Así en Aikido además de la técnica básica, se estudia la contra técnica, el encadenamiento de técnicas, la variación de la técnica y un sin número de posibilidades de aplicar lo aprendido en clase donde la flexibilidad hace gracia de su virtud. 

Tener un mecanismo de defensa único ante las dificultades que se nos presenta las circunstancias es lo que realmente estanca el flujo de ki, impide llegar a acuerdos con alguien que difiere de nuestra opinión y nos deja solos en el camino de la vida. Trasmutar nuestro comportamiento, ponerse en la “fisiología” del otro y tener claridad de mis objetivos son una mejor estrategia para negociar asuntos que nos conciernen a dos o más personas. En Aikido tanto tori como uke deben tener claridad de cómo es una técnica y hacia donde se dirige, esto le da precisión al movimiento y fluidez al encuentro entre los compañeros. Además cada técnica tiene su sintaxis, su orden, cada acto es encadenado en un orden preciso pero no estricto. La exactitud en la sintaxis de la técnica permite la perfecta ejecución, eso es la técnica básica, no importa luego cual sea el ataque si se fluye hacia la sintaxis necesaria para una técnica particular, una vez allí sale sola. Es lo mismo en las relaciones sociales y en el espíritu creador. Hay que descubrir su sintaxis para encaminarlo hacia el propósito deseado.

Aikido es pues una enorme lucha contra sí mismo al igual que en la vida cotidiana. Y uno de los mayores obstáculos a superar es la vanidad. Cuando alguien a asimilado una técnica, cree dominarla con eficacia en cualesquier circunstancia y deja de entrenarla. Alcanzar una meta debe ser un trampolín hacia una meta más elevada. Este obstáculo impide realmente el progreso. El ego no solo estorba cuando nos creemos superiores sino, además, cuando hacemos frente a la frustración o el rechazo. Estos son sentimientos que nacen del ego, de creernos únicos con derecho a lograr lo que deseamos sin importar lo que esperan o piensan los demás, lógicamente al encontrarnos con intereses contradictorios podrá haber conflicto y si nuestro deseo no genera un bienestar común o si no logramos convencer al compañero de ese bien común el fracaso vendrá, nuestra idea será rechazada. El escuchar y reacomodarse con la propuesta del otro es la vía que enseña el Aikido. Cada situación, persona o cosa debe funcionar alrededor de nosotros para nosotros, en Aikido cada cual es el “centro del universo” y aun así no somos quienes regimos el universo a menos que nos acomodemos a la situación, al compañero o al elemento con el cual interactuamos y nos sobrepongamos al fracaso o al rechazo reordenando la estrategia aceptando que no la sabemos todas, que lo que fue una buena propuesta ahora ya no lo es, que lo que funcionaba con uno con el otro no y que cada experiencia es única e irrepetible. Tal es la vía del Aikido, la apertura total del ser aquí y ahora. También es interesante observar que la posición de uke es poco apetecida: eso de recibir golpes o caer no es lo que espera alguien que se integra a este tipo de actividades, sin embargo, ser uke es la postura de mayor valor en Aikido porque significa sobreponerse al fracaso. El uke que sirve al maestro en la demostración de una técnica debe caer y levantarse para volver a ser lanzado tantas veces como al maestro le parezca conveniente, parece la historia del fracasado que nunca se rinde a su propósito, al tiempo que descubre algo nuevo: la caída, rodar y caer de pie, escapar de una técnica letal para quien se resiste a recibirla. Si sobreponerse es una gran lección para la vida del Aikido. Por supuesto dar es mejor, y como dice Robbins, hay que dar más de lo que se espera recibir. Para el artista marcial es una gran consigna. Y aun así, en Aikido dar es igual que ser un buen samaritano. Cuando se da un golpe con tal entrega de energía y vitalidad como si pretendiera realmente lastimar al compañero es la vía para la eficacia de la técnica. Sólo si uke y tori entregan completamente su ki al compañero es cuando el contacto manifiesta su poder en el movimiento armónico y rítmico del cual se compone su danza. Sin esta entrega no hay técnica posible en Aikido y el trabajo se convierte en una lucha sin sentido. Hay que dejar salir el ki proyectado hacia el compañero para que este lo reciba y la redirija hacia la vía que consiste la técnica. 

Es así como hemos visto que toda la propuesta de Robbins sobre el poder sin límites es muy similar a la estrategia del Aikido y, al tiempo, vemos como el Aikido no se limita al dojo para revestir todas las esferas de la vida humana. Aikido es la filosofía de interactuar con los demás buscando acuerdos donde todos salen ganando en la medida que el aikidoka se da por enterado del otro y acepta sin perder nada, porque fluye como el agua siempre decidido a llegar a su meta final. No hay barreras que impidan su paso. Pues siempre hay otra posibilidad, otro camino, incluso otra meta. Y esto es sólo posible si seguimos el camino, el do, que consiste en una profunda y constante observación de sí mismo a través de la práctica. No es necesario esforzarse en representar bien el papel, simplemente relajarse y dejar que esa parte del cerebro, denominadas por los neurólogos como “neuronas espejo” actúen en la imitación de la fisiología del otro, y el profundo conocimiento adquirido por la experiencia aflore como intuición en el momento justo. Hay que ser flexibles con nuestro interior, allí está el universo entero, debemos dejar aflore en la práctica constante del Aikido y del arte de interactuar con los demás dejar que aflore el poder sin límites que cada cual tiene dentro de sí.

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