
La calidad de vida realmente depende de las valoraciones que hacemos de lo que nos acontece, del cómo interpretamos y comunicamos determinada situación. He ahí el poder de la comunicación, en el como contactamos con el otro, con el entorno y con nosotros mismos. El contacto es la comunicación en el Aikido, y el como comunicamos es lo que posibilita el flujo de la acción: de ese contacto depende el éxito de la técnica y el buen término de la contra caída. Una buena comunicación entre tori y uke permite la fluidez de la técnica como el buen desempeño de las negociaciones con el otro. Debemos entonces, entender como es ese contacto para que la transacción sea exitosa, tanto para tori como para uke, así como para el vendedor y el comprador.
En Aikido el contacto es de centro a centro, esto es meterse en la “fisiología” del otro, en armonizar con los patrones de respiración, postura, gesto, tono de voz del interlocutor; este juego de empatía favorece el encuentro y, en la ejecución de una técnica, se observa y siente cuando el movimiento fluye sin obstáculos ni tropiezos como una danza. Si se comprende realmente los puntos de vista del interlocutor con gran sensibilidad a la creación de resistencia para hallar los puntos de acuerdo y desacuerdo y redirigir la discusión en la dirección deseada. Eso es el Aikido verbal, donde con palabras como “aprecio… respeto… admito…” se recibe la opinión del compañero y luego sin utilizar conjugaciones de oposición como “pero… sin embargo…” se introduce nuestra opinión buscando puntos de acuerdo, haciendo sentir al otro escuchado y respetado. Además si se modela su “fisiología”, si se contacta su espíritu se sentirá en con nosotros y la negociación será exitosa.
Es por eso que el agua es el elemento del Aikido, el agua no discrepa con los obstáculos que encuentra al paso, simplemente los bordea o llena la represa hasta el borde y se derrama, también cuando está en reposo y calmada refleja con gran nitidez todo cuanto se asoma a ella. El espíritu del aikidoka debe ser igual al agua, fluido y claro.
Una de las más grandes lecciones del Aikido para la vida cotidiana es la flexibilidad con la cual el Aikidoka no pretende superar la fuerza del compañero sino, más bien, replegarse sobre ella y redirigirla.
Aunque normalmente las personas funcionan con patrones de conducta determinados y difícilmente salen de ellos cuando los desconocen. Ellos aparentemente facilitan la interacción y hacen perezosos al sujeto de buscar nuevos y mejores comportamientos que enriquezcan su vida. Esos patrones de comportamiento son los obstáculos más difíciles de superar, pues implican una lucha interna contra sí mismo y el hecho de abandonar viejos hábitos de acción significa bajar las defensas motadas para enfrentar la vida. Es pues algo que a la larga se ha hecho rígido y difícil de desmotar. Pero si comprendemos que la vida es continua mutación, que la vida es impermanente, por lo tanto es necesario adaptarse al cambio, corregir nuestros patrones de vida y modificarlos hacia un fin deseado. Después de todo, cada problema muestra que hay otras alternativas, otros caminos, otras metas que podríamos alcanzar. Así en Aikido además de la técnica básica, se estudia la contra técnica, el encadenamiento de técnicas, la variación de la técnica y un sin número de posibilidades de aplicar lo aprendido en clase donde la flexibilidad hace gracia de su virtud.
Tener un mecanismo de defensa único ante las dificultades que se nos presenta las circunstancias es lo que realmente estanca el flujo de ki, impide llegar a acuerdos con alguien que difiere de nuestra opinión y nos deja solos en el camino de la vida. Trasmutar nuestro comportamiento, ponerse en la “fisiología” del otro y tener claridad de mis objetivos son una mejor estrategia para negociar asuntos que nos conciernen a dos o más personas. En Aikido tanto tori como uke deben tener claridad de cómo es una técnica y hacia donde se dirige, esto le da precisión al movimiento y fluidez al encuentro entre los compañeros. Además cada técnica tiene su sintaxis, su orden, cada acto es encadenado en un orden preciso pero no estricto. La exactitud en la sintaxis de la técnica permite la perfecta ejecución, eso es la técnica básica, no importa luego cual sea el ataque si se fluye hacia la sintaxis necesaria para una técnica particular, una vez allí sale sola. Es lo mismo en las relaciones sociales y en el espíritu creador. Hay que descubrir su sintaxis para encaminarlo hacia el propósito deseado.
Es así como hemos visto que toda la propuesta de Robbins sobre el poder sin límites es muy similar a la estrategia del Aikido y, al tiempo, vemos como el Aikido no se limita al dojo para revestir todas las esferas de la vida humana. Aikido es la filosofía de interactuar con los demás buscando acuerdos donde todos salen ganando en la medida que el aikidoka se da por enterado del otro y acepta sin perder nada, porque fluye como el agua siempre decidido a llegar a su meta final. No hay barreras que impidan su paso. Pues siempre hay otra posibilidad, otro camino, incluso otra meta. Y esto es sólo posible si seguimos el camino, el do, que consiste en una profunda y constante observación de sí mismo a través de la práctica. No es necesario esforzarse en representar bien el papel, simplemente relajarse y dejar que esa parte del cerebro, denominadas por los neurólogos como “neuronas espejo” actúen en la imitación de la fisiología del otro, y el profundo conocimiento adquirido por la experiencia aflore como intuición en el momento justo. Hay que ser flexibles con nuestro interior, allí está el universo entero, debemos dejar aflore en la práctica constante del Aikido y del arte de interactuar con los demás dejar que aflore el poder sin límites que cada cual tiene dentro de sí.
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